En estas memorias, narradas por Michael, queda claro que las cosas están cambiando y saliéndose de todo pronóstico. Todos tenemos miedo, estamos aterrados por lo que pueda ocurrir, pues con Lasher todo es posible.
Lestat de Lioncourt
El día se había convertido en una
tortura. Rowan había regresado a su estado primigenio. Los pactos
con el diablo cada vez eran más extraños. Ella había rejuvenecido.
Parecía la joven firme y de ojos tristes que tanto conocía. Sus
mejillas estaban llenas, sus labios se veían tan carnosos que
parecían haber aumentado de tamaño y sus manos tenían la textura
cálida que una vez poseyeron. Quería gritar. Sabía que quería
gritar. Sin embargo, se incorporó en la cama y empezó a llorar en
silencio. Varias lágrimas caían por sus mejillas, deslizándose
hasta su cuello y perdiéndose cerca de sus clavículas. Su pequeño
camisón rosa pastel parecía más pálido, pues su piel había
tomado un color natural que parecía rebosar vida.
—Lo hizo, lo hizo... —murmuró
aterrada.
No podía hacer nada. No tenía poder
para invertir aquel proceso. Sólo había sido un espectador más
ante lo que estaba sucediendo. Lestat había provocado que ella fuese
inmortal, pues había pedido a David que la creara como su compañera,
sin embargo, los poderes oscuros de Julien, y su nuevo aliado, habían
barajado de nuevo y sacado la carta más alta. Él había ganado.
—Rowan, tal vez Mona también...—dije
intentando calmarla.
—No, ella no. Ella no es necesaria,
pero yo sí—tembló de pies a cabeza y se aferró a las sábanas
como si fueran un escudo—. No es su hijo, el asesino y violador,
que camina suelto por el mundo. ¡Julien se ha vuelto loco!
El hombre que yo había conocido, o al
menos el fantasma que bien conocíamos, no era más que una elegante
leyenda que habíamos tenido la dicha de tener de nuestro lado. Él
había ayudado a terminar con Lasher y su reino de terror, pero al
parecer el poder lo estaba nublando y consumiendo. Había vuelto a la
vida y quizás pensaba que tenía poder sobre ella.
Los cimientos de First Sreet estaban
temblando, pero no era precisamente los de nuestro hogar. La paz que
se respiraba en el jardín no era más que un paisaje bucólico,
demasiado romántico y típico de una postal. Debajo del árbol ya
sólo quedaban recuerdos, tierra removida y raíces. El dondiego
exhalaba su aroma junto a los jazmines y las rosas, las cuales no
lucían tan magníficas desde hacía algunas semanas. El tórrido
verano había llegado con las típicas lloviznas, las mañanas de sol
y las noches agobiantes. Ella había regresado a esa prisión
perfecta de cuadros siniestros, encantadora escalera y numerosas
habitaciones llenas secretos. El jardín, la entrada y cualquier
lugar que ella pudiese ver, palpar o pisar era sin duda las puertas
del infierno.
—Volverás a ser la heredera, eso me
dijo—murmuró echándose a llorar—. Y tu hija será la sucesora,
no hay más que hablar...—su labio inferior temblaba y su cabello
caía sobre sus hombros. Había dejado su melena crecer, la hacía
parecer una musa de Botticelli o Caravagio. Era sin duda hermosa,
pero también era siniestro lo que nos estaba pasando.
—Puedo ver—expresé provocando que
su rostro se sumiera en pánico, un pánico aún más terrible que el
anterior—, pues las visiones han regresado.
—¿Qué?—dijo llevándose la mano
derecha a la boca—. No... —con la otra se aferraba a las sábanas
y su camisón—. Michael...
Sus ojos parecían desorbitados, como
si alguien hubiese desencajado su rostro y formado una pieza de
rompecabezas atroz. Casi se dispuso a chillar. Sabía que estaba
pasando por su mente con tan sólo verla. Temía a Lasher. Si Lasher
la encontraba, cosa que haría, la destrozaría. Tenía pánico y era
normal que estuviese en ese estado.
Me senté en la cama, sintiendo como el
colchón se hundía bajo mi peso y la sábana quedaba arrugada. Mis
manos, algo ásperas, rozaron sus húmedas mejillas mientras pensaba
en como hacer que todo pasase. Empecé a ver visiones, pues había
olvidado por unos breves segundos mi tragedia. Pude verla a ella y a
Lasher, su sufrimiento, las ataduras, los gritos, el peso de la pala
en sus manos, el precio que tuvo que pagar por un poco de paz, los
ojos desencajados de Mona, los besos de Lestat y las promesas que
todos le habíamos hecho. Al apartar mi mano, como si su sólo
contacto me hubiese quemado, la miré a los ojos deseando no llorar.
Contemplarla con aquella expresión tan terrible me alteraba.
—Desean que abra de nuevo las piernas
para que los monstruos pueblen la tierra, esa tierra fértil que es
el paraíso que germinó para nosotros. Necesitan que muerda la
manzana y beba la leche del cuerno de la amargura. Quieren que plante
en mí la semilla, la alimente y la ofrezca como si fuera un ritual
de sacrificio. He visto lo que ocurrirá sin necesidad de tu don,
sólo sé que pasará—murmuró recostándose en la cama
nuevamente—. Yo moriré pronto—dijo con la voz ronca y algo
alterada, pero su aspecto era el de una estatua. Se había tumbado de
lado, con el rostro hacia la ventana, y permitía que la luz le diera
en las mejillas dándole algo más de color—. Estás casado con una
difunta.
—Juro por mi amor que no pasará—dije
apartándome de ella, pues temía tocarla de nuevo y desencadenar
todos esos recuerdos. Sentía que me electrocutaban y prácticamente
paralizaban.
Durante todo el día se mantuvo en
silencio, esquivando mis miradas y obviando mis detalles. No quiso
tomar alimento alguno. Sólo bebió agua para calmar la sed que
sentía debido a la pegajosa humedad, un calor insufrible, típico de
New Orleans. Su frente sudorosa quedó colmada de mechones pegados,
igual que su cuello y parte de su escote. Sudaba como si tuviese
fiebre, pero no era así. Sólo era el calor insoportable que la
agobiaba aún más, como si Lasher no fuese suficiente.
La noche cayó. Pensé en llamar a
Lestat para que acudiese, pero no fue necesario. Él apareció
vestido de manera informal, con unos jeans desgastados y unos zapatos
cómodos. Llevaba una camisa fresca, de lino, de color turquesa que
pronto se vio empapada con las lágrimas y el sudor de Rowan. Nada
más hacia el interior de la habitación, donde ella descansaba en
silencio, rompió a llorar y ella lo observó completamente
desquiciada. Corrió a sus brazos y él la rodeó. No hicieron falta
palabras. Él comprendía todo. Había comprendido los planes de
Julien desde el principio, mucho mejor que nosotros dos.
—La quiere a ella—dijo tomándola
del rostro—. Amor mío, ¿por qué? Te di la vida eterna, ¿quién
te arrebató ese poder?—preguntó con el ceño fruncido, provocando
que sus delgadas cejas doradas se juntaran, mientras sus ojos
escarbaban en el alma de mi mujer. Podía ver como él no tenía
reparos ni tapujos en bucear en aquel mar infestado de tiburones con
el aspecto de demonios, o mejor dicho Lasher—. Tan hermosa y
fresca... —susurró tomándola entre sus brazos como si no pesara
nada. Los pies de Rowan quedaron en el aire al igual que su cabeza,
pero rápidamente la apoyó en su hombro y éste decidió besar su
frente como respuesta a ese gesto tan íntimo—. Nunca la he visto
tan...
—Joven—terminé su frase y suspiré.
—¿Así era?—dijo conmovido—.
Parece casi una niña—susurró con la voz rota—, una niña que
pide que su padre la tome entre sus brazos y la consuele.
Ella rompió a llorar en silencio,
dejando su cuerpo a merced de las caricias de aquel vampiro que tanto
adoraba. Se sentó en la cama y yo hice lo mismo. Los dos estábamos
sentados, en los pies de la cama, con ella en sus brazos y toda la
noche para pensar una solución. Sin embargo, él pensó rápido y
disparó sus palabras como si fueran balas de cañón.
—Durante la noche yo la vigilaré,
pero durante el día lo harás tú y varios escoltas—comentó
mirando al frente, luego a ella y después a mí—. Eso haremos.
—¿Y podrá evitarse?—pregunté—.
Dime.
—Julien es caprichoso, pero quizás
puedo hablar con el demonio...
Sabía que en parte era su culpa. No
atendió al demonio en su momento, lo persiguió como si fuera un
ratón asustado y finalmente cuando pudo huir todo quedó destrozado.
Memnoch estaba resucitando muertos, provocando que viejas leyendas se
convirtieran en realidad y se sintieran seducidas por el poder hasta
límites insospechados, llevando a mujeres a la locura y vidas al
desastre. Lestat sólo había querido huir, pero quizás era tiempo
que dejase de hacerlo y él me lo hizo saber con una sola mirada.
Aquella noche nos recostamos los tres
en la cama. Mis manos terminaron cubiertas con guantes de cuero, como
al principio de nuestra relación, y las de Lestat comenzaron a dejar
caricias sobre su cuerpo, pero también sobre el mío. Quería
calmarnos, como si fuese un hechicero o nosotros simples niños, pero
era imposible. El peligro era inminente. Rowan se aferró a él, pero
tiró de uno de mis brazos para que la rodeara por la espalda.
Deseaba, quizás, sentirse protegida más que nunca.
—Nacerá un noveno demonio, con los
cabellos dorados quizás, y la mirada turbia llena de dolor.
Nacerá—murmuró completamente ronca antes de cerrar los ojos para
intentar dormir. Lestat y yo nos miramos y luego la miramos a ella.
Si aquello era una premonición la evitaríamos.
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