Bueno, una entrevista no viene mal ¿no? Recordar buenos momentos con viejos amigos. En vista a la publicación del día 27 de Octubre de "Príncipe Lestat" se ha hecho de nuevo el "milagro". No maten a David con sus preguntas, que ha sido peor que un test de la Cosmopolitan, sino admiren su trabajo.
Lestat de Lioncourt
Hacía tanto tiempo que no desarrollaba
pacíficamente las entrevistas que ya lo había olvidado. Sentado
cómodamente en un sillón, rodeado de cámaras y focos, se sentía
completamente cegado por la emoción. Eran luces tenues, pero
perfectas. Iluminaban el estudio justo en los lugares que se
precisaba. La biblioteca, con sus pesados y finos tomos, estaba a las
espaldas y bajo sus pies una encantadora, y cara, alfombra persa. La
mesa del despacho estaba recogida, tan sólo se hallaba un libro
sobre ella. Las sillas, extremadamente cómodas, estilo Luis XVI
estaban forradas en color borgoña. Él, allí situado, parecía un
perfecto maniquí elegantemente ataviado con un traje gris humo, una
corbata en el mismo tono y una camisa blanca de lino. Sus zapatos
resplandecían y se movían inquietos.
Era una entrevista sencilla, cómoda y
atractiva. De nuevo volvía a estar frente a frente con él, un viejo
amigo. Sin embargo, era una puesta en escena meticulosa y elaborada.
Nada podía salir mal. Cualquier fallo, por mínimo que fuese, no se
lo perdonaría jamás. Volvían a estar juntos, haciendo algo sin
mucho peligro pero sí de gran interés. Se trataba de una
oportunidad única. Era algo que no podían rechazar. Hablar sin
tapujos en un medio como ese y para todo mundo. Saldría en emisión
online, todos verían de nuevo a Lestat antes de su fabulosa
aparición a través de su nueva novela. El mundo entero debía saber
que estaba ahí, igual que cuando dio aquel famoso concierto que fue
un auténtico fiasco.
Las cámaras estaban preparadas, los
jóvenes de los micrófonos listos y una chica, muy esbelta y de piel
cenicienta, terminaba de acomodar unas hermosas flores sobre la mesa.
Entonces, de la nada, apareció él. Llevaba tu típica ropa de
estrella del rock, con esas gafas de lentes violetas y el pelo suelto
completamente enmarañado. Unas botas militares algo desgastadas,
unos pantalones de cuero y una levita con camafeos que se hizo famosa
gracias a sus anteriores libros. Lestat era sin duda la imagen de la
rebeldía. Había rogado que fuese elegante, pero se presentaba
inclusive con camisa con chorreras y un aspecto sacado de una revista
de variedades.
—Te dije que vinieras bien
vestido—chistó bajo sin perder su sonrisa británica, tan cortés
y diplomática.
—Oh, por Dios... ¿ya vas a empezar
igual que si fuera mi madre?—preguntó bajo con una ligera risilla.
—No es divertido, Lestat. Te pedí
encarecidamente que...
—¿Empezamos?—preguntó uno de los
jóvenes, el cual llevaba la cámara y parte del peso de la grabación
recaería sobre él.
—Sácame tan guapo como soy—dijo
lanzándole una sonrisa seductora—. Por cierto, un placer
conocerte.
Lestat era irreverente. Si pudiese
catalogarse a ese vampiro sería de joven rebelde eterno. Un ser que
nunca sería consciente de su poder y habilidades. El chico era alto,
de cabello negro y liso, ojos negros y rasgados, uno de tantos que
entraban y salían de aquella mansión. Nunca nadie hubiese reparado
en él. Talbot se rodeaba de jóvenes con talento y cierto dominio de
la tecnología. Ellos eran su equipo para esta serie de entrevistas,
así como para filmar algún suceso paranormal que pudiese apreciarse
en la zona. El joven se quedó paralizado observando los ojos casi
violáceos del vampiro. Su sonrisa era demasiado atractiva y su voz
le resultó sugestiva. Conocer a otro vampiro, además del señor
Talbot, suponía una experiencia nueva. Tan sólo llevaba un par de
semanas en la ciudad y podía decirse que estaba acostumbrándose a
la idea. La verdad no tenía límites, el mundo carecía de fronteras
y pronto escucharía todo lo que Lestat quisiera desvelar.
—Jackson—pronunció el apellido del
muchacho y éste reaccionó—Comienza a filmar, comenzamos—sentenció
con severidad, intentando influir cierta seriedad a todo lo que
estaba a punto de empezar—. Ya recortaremos lo que creamos
necesario.
—No me dejas ser yo mismo—dijo
negando suavemente con la cabeza—. Joder, todo está muy limpio.
¿Por qué estamos en Talbot Manor?
—Llevo unas semanas en
Londres—confesó con un ligero aire de nostalgia, pero sobre todo
con un secretismo al que se aferraba con tenacidad—. Necesitaba
finiquitar unos asuntos.
—Has ido a robar cosas a la vieja
matriz de Londres—comentó guiñándole un ojo.
—Eso a ti no te incumbe—le reprochó
visiblemente molesto.
—Ladrón—chistó—.
Ladronzuelo...—susurró con una ligera risa que se convirtió en
risotada.
—Lestat, por favor—dijo
acomodándose en la silla, que empezaba a resultar incómoda por la
actitud de su buen amigo.
—Sí, empieza—se desabotonó la
levita y acomodó su camisa. Sin mucho cuidado se acarició el
cabello y tomó una pose muy desenfadada. Sus piernas estaban
ligeramente encogidas y su cuerpo relajado. Parecía cómodo ante el
objetivo.
—Bienvenidos una semana más a ésta
serie de entrevistas donde nuestros compañeros inmortales, brujos o
vampiros, dan su punto de vista y detalles más profundos a su
vida—intervino David Talbot con total naturalidad. Aquello sin duda
le fascinaba. Lanzar sus preguntas al aire para que otros la
recogieran, sintiendo la emoción y el peligro de saberse perseguido
por sus viejos compañeros, y apreciar el momento tal y como era le
encantaba—. Hoy, en una excepcional ocasión, tenemos a Lestat de
Lioncourt—lo presentó con un ligero ademán de cabeza y prosiguió
sin perder el hilo de sus pensamientos—. Uno de los más famosos
vampiros que existen, así como mi creador y mi mejor amigo.
—Ese era Aaron, pero desde que murió
me tocó ser el primer premio—dijo con una señal de victoria
mientras sonreía. Aunque sabía bien que era un tema delicado,
Lestat, no podía evitar quitarle un poco de hierro al asunto.
—Lestat, por favor—clavó sus ojos
en él como si fueran incisivos. Esos ojos pardos, cargados de una
sabiduría casi ancestral. No eran los ojos de un muchacho. La
profundidad que tenían eran las del hombre que él bien conoció en
sus últimos años de vida.
—Lo siento—murmuró.
—Ya muchos conocen tu nuevo regreso,
¿deseas decir algo al respecto?—la primera pregunta fue colocada
sobre la mesa. Era una oportunidad mágica. Todo empezaba de nuevo.
—Sí... ¡Mamá te conseguiré una
copia!—gritó señalando la cámara mientras se reía a mandíbula
suelta—. ¡Lo siento! Tenía que hacer esta broma—pidió
disculpas a su buen amigo, el cual lo observaba con cierta ira
contenida. Lestat siempre hacía lo que quería, en el momento que
deseaba y a veces era el menos oportuno—. Sólo quería agradecer a
todos el estar aquí. Estoy muy satisfecho con la gran acogida que
estamos teniendo. Muchos creen ya mis palabras, algunos han pedido
que realmente me canonicen como tanto deseaba y ahora estoy aquí. Me
siento tentado a ser travieso, a jugar con todos ustedes, reír con
unos buenos chistes y olvidar. Quiero sentarme aquí, con las ropas
más cómodas que poseo, y lanzar un par de halagos a los que siempre
me han apoyado. Sé que ha sido una larga y tensa espera. Muchos ya
creían que me había olvidado de ellos, y que no regresaría
jamás—sus dedos se movieron mágicamente sobre el reposabrazos de
la silla. Sus ojos se movían por toda la habitación. Había
escrutado cada detalle, centrándose en el jarrón cargado de flores.
Amaba las rosas, pero también las flores silvestres. Parecía estar
recordando algo, quizás a Mona o tal vez la muerte fatídica de
Morrigan. Nadie podía saberlo allí salvo él. Se quedó callado
unos segundos y después habló—. Creyeron mis palabras como buenos
amantes de mis descabelladas ocurrencias, pero no podía mantenerme
callado—acabó diciendo.
—Ha pasado más de diez
años...—Lestat en ese momento no supo si ese murmullo fue un
apunte, un reproche o simplemente iba a preguntar algo. Sin embargo,
le miró directamente a los ojos y sonrió.
—El tiempo vuela cuando tienes cosas
que hacer—explicó brevemente.
—¿Y qué has estado
haciendo?—preguntó al fin.
—Resolver misterios, como tú, pero a
mi modo—se encogió de hombros y se echó a reír—. Han ocurrido
cosas trágicas entre nosotros, hemos visto la violencia más atroz y
recuperado del cajón de los recuerdos momentos dolorosos—colocó
mejor los codos sobre la silla y reflexionó un breve segundo—. En
estos años me he acordado mucho de ella, de Akasha, con su piel de
mármol y sus ideas locas sobre una religión basada en los vampiros,
la sangre y la sumisión humana.
—¿Y qué has sacado de ello?—la
pose de David cada vez era más relajada. Su viejo amigo, su buen
amigo, uno de sus mayores amores, ya que a los amigos se les ama por
encima inclusive de cualquier problema, al cual mayor lealtad de le
había demostrado se estaba colocando en una pose seria y cercana.
David amaba escuchar su voz y sus historias. Era en parte el motivo
por el cual lo ayudó la primera vez. Lestat era brillante, pero no
era algo que acostumbrara a decirle. Temía por sus ocurrencias. Cada
locura suya era un riesgo para todos.
—Que somos monstruos, pero que la
verdadera monstruosidad que reside en nosotros es aún peor que
nuestros actos—sonrió descaradamente a la cámara levantando sus
cejas, con una expresión cómica como si le sorprendiera algo de
todo lo que había dicho, e hizo un ligero guiño—. Todos
entenderán esto al leer Príncipe Lestat.
—¿Qué deseas hacer ahora?—intervino
David.
—Seguir escribiendo—afirmó sin
meditarlo ni un minuto—. Siempre escribo mis memorias. Puede que en
menos de dos años tengamos otra de mis aventuras colocadas en una
estantería, con una hermosa encuadernación y mi nombre en letras
gigantescas.
La habitación, llena de libros, tenía
un hermoso decorado con cortinas borgoña, como las sillas, y un
suelo bien pulido. Aquel lugar, que era como un santuario para un
hombre como David Talbot, se había convertido en el refugio de dos
vampiros que intentaban recordar quienes eran.
—¿Crees en el destino? ¿Aún crees
en esas cosas?—dijo inclinándose hacia delante, para crear un
clima más cercano a ser posible.
—No lo sé—se encogió de hombros y
meneó la cabeza. Sus rizos cayeron sobre su frente y rozaron sus
delgadas cejas doradas—. Sé que si no hubiese ido a matar esos
lobos, pues estaban acabando con el ganado y la tranquilidad del
pueblo, jamás me hubiese escogido Magnus—suspiró—. El
sacrificio de esos animales fue más allá del honor y el placer de
sabernos a salvo. Aún así, te confieso, que no hay noche que no
recuerde el olor a sangre y la sensación de frío que sentí allí
solo, impotente y aterrado.
—¿Entonces?—preguntó intrigado.
—Creo que todos tenemos la suerte de
tener una vida, más o menos duradera, con unas oportunidades
magníficas y sólo hay que descubrir cual es la mejor—frunció el
ceño y después relajó el rostro, para seguir hablando como si
abriera su alma. Realmente la estaba desnudando—. A veces es por
puro instinto, otras simplemente no hay remedio. Siempre quise
destacar y lo hice. Nunca me he dejado acobardar.
—Lestat, ¿has creído alguna vez que
no debiste hacer algo?—aquello era más bien la confesión de sus
pecados. David Talbot sabía que había tenido en su vida muchos
fallos, pero no era hora de hablar de ellos. Deseaba que Lestat
comulgara los suyos.
—Muchas veces—asintió
ligeramente—. Transformé por capricho y necesidad a Claudia. No
pensé bien aquello en el momento en el cual se dio. Me comporté de
forma muy egoísta. Sin embargo, ¿dejarías morir a una niña de
escasos seis años?—aquella pregunta retórica le hizo recordar
brevemente a Louis, se notó. Sus ojos parecían humedecerse, pero no
lloró. No podía llorar frente a las cámaras. Era inaudito que
llorara mostrando su debilidad, su dolor—. Era tan pequeña, David,
que prácticamente podía cargarla con un solo brazo. Acepto que no
estuvo bien, que soy un asesino que mata todas las noches, pero ella
era inocente. Me juré no volver a matar a un inocente. Louis se
sentía lleno de remordimientos por todo, y no quería uno más.
Pensé que si ella vivía con nosotros, si era parte de nosotros, y
formábamos una familia terminaríamos siendo más fuertes y hermosos
que cualquier grupo de vampiros. Y así fue, pero ella...
—Intentó matarte—lanzó aquello
como un cuchillo, pero Lestat lo esquivó con galantería.
—Durante unas noches así lo
creyó—susurró—. Festejó mi muerte y a la vez me
maldijo—aquello lo creía a pies puntillas. Él conocía bien a
Claudia, mejor que Louis y que cualquier otro, porque era muy similar
a él y también a su madre. Era una mujer libre, luchadora y quiso
soñar con algo más que muñecas. Él sabía que cometió horribles
pecados, que uno de ellos era no permitir que fuera lo que siempre
deseó ser—. No había mucho sobre mí en mis pertenencias. Mi
pasado era humo, una novela barata de ciencia ficción, y jamás
sabría mi verdadera procedencia. Me convertí en un fantasma que me
burlaba de ella y la aterraba. La conciencia le pesaba, yo lo sabía.
A pesar de todo, en lo profundo de su alma, le reconcomía porque no
había conseguido todo lo que quería. Tan caprichosa como siempre.
—¿Aún la amas?
Tras esa pregunta hubo un silencio en
la habitación. Los chicos que se movían realizando las tomas,
evitando ruidos que pudieran crear mal sonido o simplemente
observando los focos que iluminaban todo ligeramente, se quedaron
quietos esperando la respuesta de Lestat.
—¿Puede un padre dejar de amar a un
hijo?—cuestionó con ligero tono afligido.
—No. Creo que no—dijo—¿Y
Nicolas? ¿Sigue en tus pensamientos?
—Sí—afirmó rotundamente sin
evitar los ojos pardos que le asechaban, los ojos de un cazador—.
Todos los que he amado están en mis pensamientos. Aquellos que he
querido y apreciado en ésta vida, o en mi vida mortal, están
conmigo—sonrió sin malicia ni sorna. Una sonrisa limpia—. No sé
si eso es ser parte de un infierno personal o de un paraíso para
privilegiados.
—¿Qué aprendiste de él?—David
era directo y Lestat lo agradecía, pues era igualmente directo.
Aquello le estaba gustando a ambos.
—Apreciar la melancolía y los
minutos que nos dan de felicidad. Él era pura oscuridad,
completamente atormentado, y por eso era excelente. Hizo obras para
el teatro que deslumbraban por su ingenio.
El teatro de los vampiros que había
quemado Louis, el mismo que Nicolas dijo que quemaría si no hacían
lo que quería. Un teatro que fue una maldición. El lugar donde
Magnus se presentó para señalarlo con su dedo huesudo. La muerte
rondaba las tablas de aquel teatro, el mismo que ardió hasta la
última viga. Ahora había un edificio de apartamentos allí. Algo
menos pomposo que un teatro.
—¿Y Louis? ¿Él no te enseñó la
melancolía?—preguntó.
—Y el rencor, la rabia, el dolor, la
miseria, ser cínico las veinticuatro horas del día y la filosofía
de un mártir—enumeró una serie de defectos que a cualquiera le
parecía cruel y desmedida, sobre todo a David. Aquel vampiro amaba
los ojos esmeraldas de Louis. Muchos amaban la figura lánguida del
filósofo y mártir que una vez decidió abrir la caja de Pandora.
—Eso es cruel—murmuró.
—Sí, pero aún así lo amé—le
dijo señalándolo con el dedo índice de la mano derecha, lo hizo
sacudiendo ligeramente el brazo—. Amé su lado humano. Siempre he
amado a los humanos y tenerlo a él, como castigo por la muerte de
Nicolas y como gran pasión por su forma de ser, era sin duda un
milagro. Pero ya no es el mismo. Tú mismo has visto que es un
asesino sin escrúpulos y se mueve por el mundo con unos deseos
insaciables.
—¿Cómo es la relación con tu
madre? Ella fue tu primer vampiro—ambos sonrieron cuando se miraron
en ese momento. Bien sabían que estaban hablando de una mujer fuerte
y rebelde, más fuerte y rebelde que su propio hijo.
—Mi hija, mi compañera, mi hermana,
mi amante... pero no mi madre—aclaró—. Ella dejó de serlo. Creo
que nunca tuvimos una relación habitual entre una madre y un hijo.
Es cierto, que cuando era pequeño me secó algunas lágrimas, me
contó hermosas historias y me hizo pensar que podría hacer
cualquier cosa—se incorporó y tomó una de las flores del jarrón.
Era una rosa roja. Una rosa cargada de un color muy llamativo. En sus
manos, ligeramente bronceadas, parecía un corazón a punto de ser
despedazado—. Sin embargo, ella más que una madre fue mi
confidente. Aún recuerdo los días más fríos cuando su cuerpo
temblaba, ya que sus huesos no soportaban el clima, y se acomodaba a
mi lado, en la cama, hablando conmigo sobre sus sueños.
—Los sueños son importantes, ¿no es
así?—la voz de David era la de un confidente. Parecía un ángel
ataviado con ropas de burócrata esperando que un demonio hablara.
—¿Qué sería del mundo sin sueños
ni soñadores?—susurró acercándose la rosa a la nariz. La
olfateaba y acariciaba suavemente con sus largos dedos—. Los sueños
nos hacen avanzar. Imaginar lo imposible a veces hace real cualquier
cosa. Fíjate en nosotros, ¿no somos personajes de pesadillas? Y
mira, estamos aquí. Quizás porque alguien nos soñó, tal vez
porque somos parte de los sueños de éste gran mundo. Damos
esperanza, David. Amigo mío, los sueños son importantes. Si le
quitas a alguien sus sueños no queda nada, ni siquiera cenizas.
—¿Y a eso te dedicas?—preguntó,
aunque sabía que respondería. Él lo conocía bien.
—A soñar y seguir mis sueños. Deseo
conocer todo lo que hay en éste mundo y en otros. No quiero dejar
preguntas sin responder. Fui a por preguntas una vez, tuve algunas
pero no todas. La vida me ha dado muchas, pero aún así no soy lo
suficientemente viejo para decir que sé todo.
—¿Alguno de nosotros lo es?—rió
casi a carcajadas. David sabía que diría que no lo eran. Nadie lo
era.
—No, ni siquiera las Gemelas o
Khayman. Todos somos niños jugando en un jardín salvaje lleno de
peligros y misterios—se calló y le lanzó la rosa para que la
atrapara, cosa que hizo—.Todos.
—¿Cuál crees que ha sido tu mejor
aventura?—la rosa estaba ahora en su poder, perfumando sus manos.
Podía hacerle mil preguntas si él se lo permitía.
—Todas han merecido la pena.
—¿Qué piensas de aquellos que te
desprecian?—ese tema era peliagudo. Sabía que a veces se alteraba,
pero otras veces era un ser algo más racional.
—No viven mucho—dirigió una mirada
desafiante a la cámara, para luego sonreír como si nada—.
Aquellos que se han dedicado a juzgarme, sin siquiera darme la
oportunidad, han terminado con vidas insulsas. Yo he puesto la
emoción a millones de personas. Soy un ejemplo que no se debe
seguir, pero a la vez me he convertido en el héroe de todos. Soy el
puto amo, como dicen los jóvenes hoy en día. Me muevo por las
calles viviendo, respirando vida. Si alguien no me aprecia no voy a
tener cinco minutos para él, ni siquiera me alimentaré de ellos.
Pobres diablos, ¿no creen? Con vidas amargadas y sosas.
—¿Y aquellos que ya no te recuerdan?
Muchos decían ahora recordarle, pero
había miles que no recordaban o ni siquiera habían oído hablar de
él aún. Era un vampiro seductor, arrogante, egocéntrico y amaba
ser reconocido. Pasar de la fama al anonimato no debió caerle muy
bien.
—Todos me recuerdan ahora—la forma
en la cual lo dijo fue maravillosa. Su acento francés se marcó en
la última palabra. No solía hacer gala de él, pero a veces se
escapaban ciertas palabras que recordaban sus orígenes—. Muchos
que habían dejado aparcada la lectura de mis libros se precipitan a
leerlos antes que aparezca el nuevo. Muchos se frotan las manos con
las nuevas películas y piensan en el merchandaising enorme que
tendrán mis novelas, mis historias, mi vida y en definitivamente
nuestro mundo.
—¿Tienes miedo a la oposición de
otros?—intervino cortando su monólogo sobre las ventas, el carisma
y su yoismo.
—Soy el príncipe de los vampiros—de
inmediato se incorporó de la silla y extendió los brazos. Parecía
decirles a todos que estaba ahí, desarmado, sin intención de irse.
Si querían atacar que atacaran—. ¿Miedo? Sí, siempre hay miedo.
El miedo nos hace estar alerta, pero yo no siento que ahora pueda
estarlo.
—¿Y tu corazón?—fue a un tema más
serio, donde Lestat se derrumbó por una milésima de segundo. Sabía
que en esos momentos habría cierta fragilidad en él. Si bien, era
algo que tenía que preguntar sin rodeos.
—¿Qué hay con él?—una ligera
sonrisa llena de amargura se deslizó en sus labios.
—¿Cómo se encuentra?
—¿El real o mi alma?—arqueó su
ceja derecha y luego tomó asiento nuevamente, cruzó sus piernas de
forma varonil y dejó sus brazos sobre los posabrazos. Estaba
ligeramente incómodo y a la defensiva—. El real hace mucho que
sólo late cuando bebo sangre, pero mi alma no. Mi alma aún late.
Hay algo humano en mí. El hombre que fui es el hombre que soy. No he
dejado de ser yo.
—¿Y quién eres tú?—de nuevo ese
tono templado que le recordaba que era un amigo, un confidente, un
amante y su cazador. David era el cazador de historias.
—Un hombre que aún recuerda a todos
y cada uno de los que amó—susurró con en tono quedo—. Como te
he dicho ellos perduran en mí—cerró los ojos y al abrirlos la
cámara lo enfocaba—. No me gustan las despedidas.
—Pudimos notarlo en Cántico de
Sangre.
—Odié decir adiós en ese
momento—intervino rompiendo la cadena de preguntas—. Todavía me
arrepiento. Me comporté como un crío asustado. No sabía como
rechazar esa propuesta.
—¿Y ahora?
—Lo he intentado todo—aseguró
dejando que una lágrima surgiera al fin. Ese tema le rompía el
corazón—. Sabes que he fallado y me he fallado a mí mismo. He
fallado a todos. No he logrado que ella esté ahora a mi lado. Sin
embargo, eso no resta ni un ápice de pureza a mis sentimientos. La
amo. Jamás he amado con tanta fuerza e insistencia. Te juro que es
la primera vez que me siento tan tentado en el amor. La pasión que
tengo por ella es imposible. Nunca permitiría que le pasara nada
malo—sus manos temblaron, se agitó por unos momentos y después
recobró la compostura—. Pero no puedo cuidarla siempre. Es
imposible encerrarla en una caja de cristal, como si fuera el ataúd
de Blancanieves, y llevarla a lo profundo de un bosque para
custodiarla. No, no es un cuento de hadas. La realidad es dura,
injusta y cruel. Yo sé que es tener un corazón encadenado a un amor
que no se va, no se desvanece, no se irá. Mi vida y la suya están
atadas y siempre lo estarán. No voy a dejar de intentarlo—un
mechón de pelo cayó sobre su frente, rozando sus cejas, y él lo
apartó rápidamente—. ¿Comprendes, David?—susurró—. No voy a
permitirlo, pero a la vez algo me dice que debo dejarlo por la paz.
—Hablas de amor, ¿y del odio?
—De él podría escribir varios
libros—rió, aunque estaba secándose la lágrima con un pañuelo
de seda que llevaba en su bolsillo.
—¿Odias algo?—preguntó.
—Las reglas—otra carcajada, pero
esta fue de todo el equipo. Incluso los muchachos no pudieron
contener la carcajada. Todos recordaron en ese momento a Marius—.
Odio que me impongan algo. Odio que no me digan la verdad. Pero sobre
todo odio que algo malo le pase a las personas que amo.
—¿Y Armand?—era su peor enemigo, o
al menos quien más veces se había enfrentado a él.
—A ratos lo amo, pero la mayor parte
del tiempo no lo soporto. Me gustaría asfixiarlo con mis propias
manos, y luego quiero abrazarlo como a un hermano—sí, eso era. Al
menos eso se decía para sí. La cámara lo quería, le favorecía
aquella luz. Sus ojos parecían más vivos que nunca. Las emociones
arrancadas por Rowan y las pequeñas carcajadas le habían dado un
toque aún más humano—. Es algo monstruoso y extraño.
—¿Qué aprendiste de los
Taltos?—dijo sumamente intrigado.
—Hermosos, inteligentes, inocentes y
llenos de misterios.
—¿Y de los fantasmas?—sonrió
guiñándole ahora él. Era el chico de los misterios y los
fantasmas, el hombre que los perseguía y aún los veía. El
sacerdote del candomblé a quienes muchos iban en peregrinación para
que los ayudaran.
—Que nunca descansan en paz—tal vez
lo dijo por Claudia, quizás por otros que había visto. Pero sin
duda lo creía. Creía que no descansaban jamás en paz. David
también lo creía así.
—¿Del demonio?—un tic nervioso
apareció en el ojo derecho de Lestat, pero era una pregunta que
debía hacerle.
—Que un abusón de instituto puede
parecerse a él—aquella similitud jamás se le hubiese ocurrido a
David y le fascinó—. Te castiga por tu bien, golpeándote donde
más duele, pero te fortalece. Creo que salí fortalecido de esa
aventura.
—¿Has vuelto recientemente a
Auvernia?—él había regresado a la mansión familiar, pero no era
algo que todos hacían.
—No y sí. Viajo a Auvernia todos los
días cuando recuerdo la nieve cayendo pesadamente, aquí la nieve no
es común—explicó aquello con una simplicidad asombrosa. Se podía
viajar a través de los recuerdos y él lo estaba haciendo.
—¿Qué sientes por New Orleans?
—Pasión—sonrió como no lo había
hecho en toda la entrevista. Eran sus raíces. Si había un hogar
para él ese era New Orleans. La ciudad del jazz, el blues, el vudú
y los pantanos.
—¿Y la música?—casi era de las
últimas preguntas, pero debía hacerla. Todos recordaban su faceta
de estrella del rock. Es más, había visitado el lugar como si fuera
una de esas estrellas en sus estrafalarios videoclips.
—Bien alta en mi deportivo, a toda
velocidad por las autopistas, sin mirar atrás—una honda carcajada
surgió de su pecho y arrasó su garganta. Se sentía feliz y
satisfecho. La música siempre le acompañaría—. Ya no puedo ser
la celebridad de la música que tanto deseaba ser.
—¿Los libros?—dijo tomando el que
se encontraba en la mesa, que era uno de los ejemplares de “Príncipe
Lestat”.
—Mis mejores amigos y mi
legado—confesó.
—Gracias por todo—la expresión del
rostro de su amigo era de profundo amor. Amaba a Lestat y le
agradecía esa oportunidad, pero no era el único que agradecía todo
aquello.
—Gracias a ti—respondió, antes de
señalar al cámara para que lo enfocara bien—. Quiero agradecer a
Jasmine por su simpatía y su buen trato cuando me hospedé en casa
de Quinn. También quiero mandar un saludo a todos aquellos que he
amado y un mensaje: chicos, empieza la diversión. He vuelto.
Se acabó. La entrevista se cortó
allí. Lestat se incorporó y empezó a pasearse por la biblioteca
revisando los libros. Si había alguno que no había leído
seguramente se lo pediría. Él era así. No había misterio en sus
costumbres. Su amigo quedó a unos pasos, de pie igual que él,
observándolo. Ambos sabían que el mundo había estado en peligro,
pero de nuevo estaba en paz y esa charla lo demostraba. Finalmente
nada de la entrevista se recortaría, Lestat lo hubiese odiado y él
no quería molestarlo.
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