Rowan es una mujer fuerte. Debería volver a verla, pero ahora mismo no puedo. Quiero encontrarme con ella, aunque no sé si ella lo desee.
Lestat de Lioncourt
Recuerdo con cierto asombro su voz. Es
como si jamás hubiese dejado de susurrar mi nombre. Puedo escucharla
temblorosa, pero no cargada de rabia, mientras me llama con la
necesidad de un hijo a su madre. Observo el árbol desde el porche,
lo contemplo con mis manos juntas alrededor de una taza de café y
medito sobre su muerte, su historia y también sobre el futuro que no
tendrá. Bajo ese árbol, entre sus raíces y tierra removida, se
encuentran mis dos únicos hijos. Yacen ahí, como si durmieran tras
una terrible noche de tormenta, esperando que alguien los llore. No
soy capaz de derramar una lágrima por ellos, pero él me inquieta.
Noto su fuerte aroma, su presencia y el deseo de atraparme nuevamente
usando sus viejos trucos.
Esos ojos azules todavía me perturban.
Cuando contemplo los ojos de Michael, pese a la bondad que veo en
ellos, observo los suyos contemplándome con frustración y miseria.
No sabía amar. Jamás comprendió el verdadero significado del amor.
Se dejó llevar por el egoísmo y sus actos fueron terribles, tan
terribles y condenables como las muertes, dolor y el caos que surgió
desde aquella oscura semilla que yo mismo logré germinar.
Admito que parte de mí le quería.
Quería a ese monstruo que me llamaba madre, se aferraba a mi pecho y
me observaba sosegado esperando que le abrazara, besara y quisiera
como a cualquier hijo. Pero era un monstruo, un terrible engendro,
que caminaba y hablaba a las pocas horas de nacer. Ante mí tenía un
hombre completo, con sueños y esperanzas, que se movía por el mundo
como un gigante absurdo buscando el amor y la complicidad en un
igual.
Todavía vienen a mí las terribles
imágenes de mi secuestro. El aroma del café de la mañana siempre
queda opacado por las náuseas terribles que despiertan esos olores,
como el de la podredumbre de aquel colchón, que aún no puedo
borrar. Me duelen las muñecas cuando rememoro las sogas y cadenas,
esos cinturones gruesos que me ataban en la cama y las sábanas
húmedas, por mis propias defecaciones, pegándose a mi cuerpo débil.
Ocasionalmente puedo sentir a Michael
detrás de mí, observándome con cierta preocupación y esperando
que me aproxime para sentirme protegida por sus brazos anchos y
fuertes. Algunas veces lo hago, otras veces ignoro al mundo entero y
sigo bebiendo café sin apartar los ojos del árbol. Me pregunto qué
habrá sido del resto de personas y seres que he amado. Desde hace
tiempo la casa sufre un silencio terrible. Pocas veces aparece Julien
por aquí. Mona hace años que se marchó para no volver. Igual hizo
aquel vampiro llamado Lestat. Desconozco si sólo lo soñé o si fue
algo cierto, tan cierto como los libros que hay de él y que
colecciono en secreto.
Hoy me siento triste y moralmente
acabada, pero el sol aparece todos los días y en el hospital me
necesitan. El mundo necesita que lo salve de la miseria que se
acumula en las largas hileras de habitaciones del hospital Mayfair.
Puedo oler las flores cerca de las camas de los pacientes, observar
con preocupación los diversos informes y sentir la presión de una
operación a vida o muerte. Puedo hacer todo eso. Pero no puedo
aceptar el recuerdo de ese monstruo que aún me aterra y todavía
amo. Es un amor y un odio a partes iguales que me envenena.
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