Este texto es de Memnoch, un texto donde deja caer su rencor en cada recuerdo.
Lestat de Lioncourt
—¿Es que no vas a hacer
nada?—preguntó frente a su creador—. Hay almas que sufren ¿y no
harás nada?—repitió la pregunta frunciendo sus cejas doradas, tan
perfectas como sus orbes azules. Apretó el mentón, pues le temblaba
de la impotencia, mientras sus puños se cerraban queriendo golpear
al omnipotente hombre que estaba echado en la silla, observándolo
como si fuera una mosca a la que pudiese arrancar las alas, con una
sonrisa leve, ya que se divertía, y los brazos colocados a ambos
lados del trono.
—¿Qué quieres que haga mi
acusador?—preguntó—. Siempre acusándome, siempre. ¿A caso no
crees que tengo derecho a tomar mis decisiones?
—Jugar con tus creaciones no son
decisiones, son simples juegos—arremetió contra él sintiendo como
todo su cuerpo temblaba de ira, pero también de preocupación.
—Eso crees—susurró.
Ahora, sentado en soledad y rodeado de
lamentos, observa su alrededor y siente la misma impotencia. El amor
le fue negado, pues su amor por Dios era intenso aunque no ciego, en
más de una ocasión. Todos, allí arriba, le negaron su apoyo y él
cayó precipitándose a un mundo donde las almas no tienen nombre,
rostro y prácticamente quedan sin recuerdos.
—Algún día... —murmuró cerrando
sus ojos claros, poblados de pestañas que parecen espigas de trigo,
mientras sus cabellos rozan su espalda desnuda de horribles alas—.
Lestat... —dijo al notar que despertaba, cosa que le hizo salir de
sus pensamientos más íntimos. Sonrió para sí, con cierta malicia,
y se encaminó hacia la penetrantes oscuridad, la cual le abrazó,
para dirigirse hacia donde se hallaba el vampiro, ajeno a sus planes
como él estuvo ajeno a los de su Padre.
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