Había regresado a New Orleans con el
deseo de festejar el carnaval. Francia era hermosa, pero no tenía
sus ritmos demenciales y la fragancia de los pantanos. París podía
ser especial para el amor, la pasión desenfrenada y los cabaret,
pero no se comparaba con la belleza del Barrio Francés. Las calles,
el ambiente, la necesidad de comprender aún más algo que ya no era
parte de mí, pues desde hacía mucho era un monstruo, provocó que
fuera directo a buscar a mis viejos compañeros: Mona y Quinn.
Me armé de valor, pues la última vez
que los vi fue en un terrible altercado. Había escuchado cosas
terribles sobre ellos, suponiendo incluso la muerte de ambos. La Voz
pudo haberlos arrasado, pero había otros rumores. Un rumor continuo
sobre que estaban vivos, ocultos en el Santuario, y que
ocasionalmente visitaban First Street y Blackwood Farm. Sobre todo,
la vieja mansión Blackwood con su embarcadero al lago y su
cementerio privado.
Al llegar a Blackwood Farm me encontré
con la agradable sorpresa de hallar a Mon sentada, entre las tumbas
del cementerio, observando las lápidas sin nombre. Parecía perdida
en un sinfín de pensamientos, cosa que era provable en ella. Siempre
meditaba sus siguientes pasos. Era como un gran felino que acecha
para lanzarse sobre ti.
—Mona...—dije apoyado en el
centenario árbol, aquel que se hallaba allí medio podrido, y que
parecía aguardar mi regreso.
Lentamente giró la cabeza observándome
a mí, su creador. Creí ver una chispa de felicidad al verme, pero
sus ojos verdes se volvieron un misterio desde la primera noche. No
podía saber que pensaba ella, pues era demasiado pasional.
—Jefe—fue su única respuesta tras
mucho tiempo sin verme. Presentía que aún seguía enojada por haber
preferido a Rowan—. Quinn se encuentra en el santuario
—Oh...—dije clavando mis ojos
claros en los esmeraldas. Tenía un aspecto suculento, como el de una
mártir que está a punto de condenarte al infierno, y sabía que en
sus pequeños labios carmín, esa boca tan pequeña, podía ocultar
palabras terribles. Sin embargo, fue su generoso escote lo que más
me llamó la atención—. Puedo ir a verlo luego, Mona—susurré
inclinándome—. ¿Aún me detestas?
Entreabrió la boca tragando su propio
veneno, respiro con molestia y llevó la punta de su lengua a sus
colmillos. Sabía que se preparaba para hacer como si nada hubiese
pasado, aunque por dentro imaginaba mil formas horribles de
devolverme el favor por su coraje.
—¿Molesta por qué, Lestat?—fue su
respuesta ante la evidente pregunta que calaba y heria su orgullo.
—No sé, brujita—me encogí de
hombros, como si no supiese de qué demonios hablaba, pero de
inmediato me eché a reír—. Evidentemente sigues molesta, pero
tengo la solución a ese problema. Claro, que quizás no te agrade o
no desees escucharla—alcé mis cejas y luego fruncí el ceño, para
tomar asiento a su lado.
Las lápidas parecían más torcidas y
oscuras que nunca. El musgo había trepado por algunas y permitido
que ciertos hongos aparecieran. Nadie limpiaba ese lugar, pero
estaban allí. Los cuerpos de los difuntos ya sólo serían huesos,
sus ánimas habían sido observadas por Quinn durante su infancia y
adolescencia, pero yo no veía ni sentía nada en ese momento. Jamás
lo hice. Incluso tuve la sospecha que podía surgir de la nada
Merrick, con aquel vestido blanco y esos enormes ojos verdes.
—Largo—fue su respuesta
levantándose inmediatamente, no deseaba verme pues le enfureció su
sola presencia y había jurado a Quinn no pelear más con su
creador—. Debo retirarme, no estoy de humor para soportar tus
idioteces.
De inmediato me levanté, colocándome
a su lado. Su diminuta estatura la hacía suculenta ante mis ojos.
Siempre la amé a mi modo. La deseé con todo mi oscuro corazón. Sin
embargo, había cosas que no debía mover por el bien de ambos.
—Alto, Mona—susurré tomándola de
la muñeca, para colocar su mano en mi bragueta—. Te deseo. He
venido a buscarte porque te extrañaba. Ese cabello de fuego, esos
ojos y tu veneno... porque no sólo tienes veneno en la lengua,
querida mía.
Entonces, con furia, forcejeó
liberándose de aquel agarre. Sus cabellos se agitaron por una ráfaga
de viento, convirtiéndose en una llamarada cargada de poder y
perfume de cerezas. Yo, sin embargo, no sentía ganas de permitirle
esos reproches.
—Vete y déjame en paz. No estoy de
humor para escuchar tus estupideces de patán. ¿Por qué no te vas
con tus putas esas que tanto te agradan?—aquella pregunta me hirió,
pero intenté aparentar que estaba firmeza—. Imagino el pirómano y
la loca te deben gemir y abrir las piernas de par en par. Me das
asco. Largo de mi vista
—Eres una cínica—dije tomándola
del mentón, para luego empujarla contra el árbol, pegando mi cuerpo
contra el suyo—. ¿Y qué importa si me abren bien las piernas? Lo
importante es que te deseo a ti, brujita.
—Que seas mi creador no te da derecho
de obligarme a follar contigo. ¡Imbécil!-gritó. Después me
propinó una fuerte bofetada, provocando que me echase hacia atrás
tocando mi rostro. Con ello logró librarse de mí.
—Está bien, como digas, uno viene a
darte un trozo de su oscuro y malévolo corazón, arrastrándose a
pedir disculpas, pero tú te atreves a golpearme—comenté apoyado
en el árbol mientras la observaba con una sonrisa burlona. Sabía
que eso la fastidiaría más que mostrar la furia que contenía en
esos momentos—. En fin, me marcho. Descuida que no volverás a
verme.
—Me alegro—respondió, llena de
júbilo, apartándose lo más rápido que pudo. No quería verlo,
aunque deseaba estar en sus brazos odiaba ser mi tercera opción. Al
menos, así lo creía.
Ella no era mi tercera opción, pero no
podía estar a su lado. Mi hermanito era su pareja y yo debía
aceptar que la creé para él y no para mí. Fue algo que tuve que
aceptar forzosamente. De inmediato, me sentí frustrado, pues ella
era mi mejor creación y me pertenecía. De alguna forma me
pertenecía. Eché a caminar apresuradamente, apretando más el paso,
hasta que la alcancé. La tomé entre mis brazos, tirándola al pasto
mientras la besaba frenéticamente. Su vestido, aunque minúsculo y
provocador, quedó reducido a nada. Sólo eran jirones.
—¡Sueltame maldito infeliz!—fue su
respuesta, revolviéndose bajo mi cuerpo, con furia, y golpeando mi
rostro con todas sus fuerzas.
Sin embargo, yo no escuchaba. No
pararía. Metí mi mano diestra entre sus piernas, acariciando su
clítoris e introduciendo dos de mis dedos, para comenzar a
estimularla. Sentí un cosquilleo que subía por toda mi columna
vertebral. La amaba de forma egoísta y la deseaba como cualquier
hombre lo haría.
—Eres mía... siempre mía -jadeé
como única respuesta.
—¡Ya basta!—gritó furiosa,
cerrando sus piernas pues no quería ni siquiera sentir el roce de mi
piel contra la suya.
—¡Por qué!—espeté—. Me amas
¿por qué me rechazas?—pregunté furioso—. Deja de hacer como
que no sucede nada—chisté abriendo de nuevo sus piernas para lamer
su clítoris, hundiendo mi cabeza en su sexo y permitiendo que mis
manos sostuvieran sus muslos. Mis dedos se hundieron en su carne, que
era mucho más tierna que la mía. Yo parecía una estatua de piedra
que caía sobre ella, igual que una gárgola, para someterla a mis
necesidades.
Al sentir aquellas caricias obscenas su
cuerpo tembló, lleno de placer, emitiendo un fuerte gemido. Esa
deliciosa sensación de éxtasis recorrió toda su figura,
convirtiendo su furia en deseo. Mi lengua se movía entre sus labios
inferiores, su escaso vello pelirrojo rozaba su nariz y su aliento lo
hacía contra estos. Mis manos se apretaron a sus caderas, pero
pronto acabé llevando y hundiendo su índice derecho en su vagina,
mientras seguía mordisqueando, succionando y lamiendo su clítoris.
—¡Lestat!-gimió llena de placer
retorciéndose por cada acción. No podía resistirse y mucho menos
negarse a si misma a aquellas atenciones.
Mordisqueaba su clítoris y enterraba
un segundo dedo. Deseaba escuchar sus gemidos mientras notaba mi
miembro duro, completamente erecto, bajo mi pantalón. Me incorporé,
la miré con deseo bajando la cremallera y saqué mi miembro.
—Ven, ven aquí y demuéstrame cuanto
te gusta.
Hice un corté deliberadamente mi
miembro, justo en el glande, para que ella lamiera. Dolía, aunque
sabía que salpicado con mi sangre le excitaría aún más. Los
vampiros sentimos una atracción irrefrenable hacia la sangre, sobre
todo la de un igual. El poder que alberga le da un toque más
delicioso y placentero.
Ella gateó hasta mí. Quedó sobre sus
rodillas y comenzó a lamer y succionar mi miembro. Mordiendo este
hasta hacerlo sangrar nuevamente, mientras se aferraba a mis caderas
rasguñando sus costados por debajo de mi camiseta y chupa de cuero,
pues iba con mi aspecto de rockero en apuros. Acabó llevando sus
manos de vez en vez a su abdomen, acariciando éste.
Eché mi cabeza hacia atrás, mientras
sostenía su cabeza entre mis manos. Tocaba el paraíso con la punta
de los dedos. Mis caderas se movían lentamente sin dejar de gemir
bajo. La dejaría hacer eso unos minutos, para luego dárselo de la
forma más brusca y apasionada que existiera. Ella clavó sus
colmillos en mi miembro, de nuevo, provocando que emanara con más
intensidad la sangre. Estaba succionando y clavando su mirada en la
mía, llena de perversidad, haciendo sonar sus labios cada que se
alejaba de éste.
Arrugué la nariz, pero al agachar la
cabeza y verla sentí que debía hacerlo de una buena vez. La aparté
tirándola en el pasto, abrí sus piernas y la penetré apoyando mis
manos a ambos lados de su cabeza.
—Brujita... —jadeé cerrando los
ojos, mientras hundía mi rostro en su cuello.
Volvía a ser mía.
—Jefe... —dijo como en una plegaria
estremeciéndose ante las estocadas y embestidas.
—Brujita, eres mía—susurré
enterrando mis dedos en la tierra, mientras movía las caderas con
mayor rapidez- Te extrañé... Mona... Mona...
—Lestat... —gemía mi nombre,
totalmente fuera de sí, por el placer. Abría sus piernas aún más,
buscando que yo tuviese mayor acceso a su confortable interior.
Busqué sus labios mordiéndolos, para
beber de ellos, mientras movía más mis caderas. Mi cuerpo se
estremecía con el suyo. El calor de sus muslos me torturaba. Ella
volvía a estar bajo y mi cuerpo y eso es lo que me importaba.
Besó mis labios lentamente mientras mi
apretaba entre sus muslos. Entonces, cerró las piernas para que
fuese más difícil salir de ella. Sentí como me apretaba, casi
cruzando sus piernas alrededor de mi cuerpo, mientras notaba sus
fluidos empapar mi miembro.
—Mona...—jadeé entre gruñidos,
justo antes de hundir mi rostro entre sus pechos para mordisquear sus
pezones y lamer sus clavículas. En el momento que me sentía ir, me
aparté. Como pude me libré de ella y enterré de nuevo mi lengua
entre sus piernas, para de inmediato masturbarla otra vez con mis
dedos. El pasto alto rozaba mi miembro y este parecía desesperarse
por entrar. Quedé de rodillas estimulándola con mi mano derecha,
mientras la izquierda pellizcaba sus pezones, azotaba sus pechos y
hundía un par de dedos entre sus labios—. Usaré todos tus
agujeros hoy, Mona—advertí antes de girarla sin previo aviso,
pegué sus nalgas ami miembro y lo enterré en su redondo y prieto
trasero.
Colé la derecha entre sus piernas, por
el costado, abrazándola con ese brazo, para llegar con mis dedos a
su sexo. De ese modo podía estimular su clítoris en cada embestida.
Gritó al sentirme dentro,
revolviéndose durante unos instantes por el dolor que se fue
atenuado entre la estimulación y el placer de mis caricias. Mi
cabeza daba vueltas. Sus nalgas eran tan apretadas como su vagina.
Tenía un trasero redondo que era idóneo para azotarlo, cosa que
hacía, pero de nuevo cambié de orificio, aunque no de posición,
dando tres estocadas finales antes de llenarla con mi simiente. Dije
su nombre junto a un te amo, muy sincero aunque desconocía si me
creería.
Su cuerpo se estremeció al sentir
aquel éxtasis propio del sexo, llegando ella al suyo. De inmediato
se apartó y gateó hasta su ropa comenzando a vestirse. Yo tan sólo
me quedé contemplándola durante unos momentos, para después tirar
de uno de sus brazos. Deseaba retenerla entre mis brazos. Aún tenía
el pantalón algo bajado y el cierre también, pero no quería
vestirme y huir como estaba haciendo ella.
—¿Dónde crees que vas?—pregunté,
pero se alejó ignorándome por completo.
—Mona, ¿qué ocurre?—dije
incorporándome, mientras me colocaba la ropa.
—Adiós—respondió apartándose aún
más, pues quería huir de mí y de nuestro pecado.
—¡Mona!—grité corriendo tras ella
hasta alcanzarla—. Mona... dame una explicación.
—¡Quinn! ¡Quinn!—empezó a
llamarlo a gritos, corriendo desesperadamente hacia el embarcadero.
Él llegaba.
Mi hermanito estaba allí. Llevaba un
gabán negro de tela gruesa, unos jeans desgastados y unas buenas
botas. Parecía un señorito refinado. Tenía un jersey gris y una
camisa blanca que destacaba gracias a la corbata roja. Sin duda era
un hombre atractivo y por siempre eterno, siendo algo más joven que
yo en apariencia. Su fuerza era increíble, pese a su juventud, y él
me miraba con los ojos azules esperando una explicación que no di en
ese momento. Tan sólo salió de la barca y la abrazó. La estrechó
demostrándome que yo no era nada ni nadie. Él era su apareja. Él y
no yo. Su compañera era Mona y el mío, por supuesto, era Louis. De
algún modo siempre sería Louis, pese a mis deseos hacia ella y mi
necesidad de poseerla mil veces cada noche.
—Mona... —murmuré apretando los
puños—. Buenas noches, hermanito.
—Vete, Lestat—dijo en un tono
cortés—. No quiero discusiones. No ahora mismo. No aquí, en mis
tierras. Por favor, te lo ruego.
—Ya escuchaste—dijo rodeando a su
amado Abelardo, apretando sus pechos contra su brazo izquierdo.
—Quinn... no vine a discutir. Deseaba
hablar con Mona en privado, pero ha huido —dije mirándola de
reojo. Quería besarla de nuevo, abrazarla contra mi cuerpo y
arrastrarla conmigo a París. Debía conocer mis nuevos dominios, la
belleza de París y las oportunidades de Europa. Pero Quinn la rodeó
y besó su frente, recordando que estaba de más.
—Márchate, por favor, no es tiempo.
Nos veremos en unos días, si así lo deseas. Pero ahora, por favor,
te quiero lejos de ella, de mi mansión y de todo lo que soy—susurró
estrechándola con firmeza. No la dejaría a solas conmigo, aunque
sabía que había ocurrido. Sus celos eran evidentes. Él no podía
negarlos ni ocultarlos.
—De acuerdo...—susurré.
Me marché de allí. Decidí irme. No
quería estar contemplando mi traición y locura hacia él y hacia
ella.
Lestat de Lioncourt
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Amor, te conocí cuando usabas a Mona... has vuelto a las andadas. ¡Volvemos a ser Lestat y Mona justo en nuestro segundo aniversario! Gracias por estos momentos que vivimos y los de diversión creando nuestros fics.
Te amo
2 comentarios:
Eres un cursi, te amo
Cursi no... sincero.
Te amo.
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