Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 20 de febrero de 2015

Deseos...

Había regresado a New Orleans con el deseo de festejar el carnaval. Francia era hermosa, pero no tenía sus ritmos demenciales y la fragancia de los pantanos. París podía ser especial para el amor, la pasión desenfrenada y los cabaret, pero no se comparaba con la belleza del Barrio Francés. Las calles, el ambiente, la necesidad de comprender aún más algo que ya no era parte de mí, pues desde hacía mucho era un monstruo, provocó que fuera directo a buscar a mis viejos compañeros: Mona y Quinn.

Me armé de valor, pues la última vez que los vi fue en un terrible altercado. Había escuchado cosas terribles sobre ellos, suponiendo incluso la muerte de ambos. La Voz pudo haberlos arrasado, pero había otros rumores. Un rumor continuo sobre que estaban vivos, ocultos en el Santuario, y que ocasionalmente visitaban First Street y Blackwood Farm. Sobre todo, la vieja mansión Blackwood con su embarcadero al lago y su cementerio privado.

Al llegar a Blackwood Farm me encontré con la agradable sorpresa de hallar a Mon sentada, entre las tumbas del cementerio, observando las lápidas sin nombre. Parecía perdida en un sinfín de pensamientos, cosa que era provable en ella. Siempre meditaba sus siguientes pasos. Era como un gran felino que acecha para lanzarse sobre ti.

—Mona...—dije apoyado en el centenario árbol, aquel que se hallaba allí medio podrido, y que parecía aguardar mi regreso.

Lentamente giró la cabeza observándome a mí, su creador. Creí ver una chispa de felicidad al verme, pero sus ojos verdes se volvieron un misterio desde la primera noche. No podía saber que pensaba ella, pues era demasiado pasional.

—Jefe—fue su única respuesta tras mucho tiempo sin verme. Presentía que aún seguía enojada por haber preferido a Rowan—. Quinn se encuentra en el santuario

—Oh...—dije clavando mis ojos claros en los esmeraldas. Tenía un aspecto suculento, como el de una mártir que está a punto de condenarte al infierno, y sabía que en sus pequeños labios carmín, esa boca tan pequeña, podía ocultar palabras terribles. Sin embargo, fue su generoso escote lo que más me llamó la atención—. Puedo ir a verlo luego, Mona—susurré inclinándome—. ¿Aún me detestas?

Entreabrió la boca tragando su propio veneno, respiro con molestia y llevó la punta de su lengua a sus colmillos. Sabía que se preparaba para hacer como si nada hubiese pasado, aunque por dentro imaginaba mil formas horribles de devolverme el favor por su coraje.

—¿Molesta por qué, Lestat?—fue su respuesta ante la evidente pregunta que calaba y heria su orgullo.

—No sé, brujita—me encogí de hombros, como si no supiese de qué demonios hablaba, pero de inmediato me eché a reír—. Evidentemente sigues molesta, pero tengo la solución a ese problema. Claro, que quizás no te agrade o no desees escucharla—alcé mis cejas y luego fruncí el ceño, para tomar asiento a su lado.

Las lápidas parecían más torcidas y oscuras que nunca. El musgo había trepado por algunas y permitido que ciertos hongos aparecieran. Nadie limpiaba ese lugar, pero estaban allí. Los cuerpos de los difuntos ya sólo serían huesos, sus ánimas habían sido observadas por Quinn durante su infancia y adolescencia, pero yo no veía ni sentía nada en ese momento. Jamás lo hice. Incluso tuve la sospecha que podía surgir de la nada Merrick, con aquel vestido blanco y esos enormes ojos verdes.

—Largo—fue su respuesta levantándose inmediatamente, no deseaba verme pues le enfureció su sola presencia y había jurado a Quinn no pelear más con su creador—. Debo retirarme, no estoy de humor para soportar tus idioteces.

De inmediato me levanté, colocándome a su lado. Su diminuta estatura la hacía suculenta ante mis ojos. Siempre la amé a mi modo. La deseé con todo mi oscuro corazón. Sin embargo, había cosas que no debía mover por el bien de ambos.

—Alto, Mona—susurré tomándola de la muñeca, para colocar su mano en mi bragueta—. Te deseo. He venido a buscarte porque te extrañaba. Ese cabello de fuego, esos ojos y tu veneno... porque no sólo tienes veneno en la lengua, querida mía.

Entonces, con furia, forcejeó liberándose de aquel agarre. Sus cabellos se agitaron por una ráfaga de viento, convirtiéndose en una llamarada cargada de poder y perfume de cerezas. Yo, sin embargo, no sentía ganas de permitirle esos reproches.

—Vete y déjame en paz. No estoy de humor para escuchar tus estupideces de patán. ¿Por qué no te vas con tus putas esas que tanto te agradan?—aquella pregunta me hirió, pero intenté aparentar que estaba firmeza—. Imagino el pirómano y la loca te deben gemir y abrir las piernas de par en par. Me das asco. Largo de mi vista

—Eres una cínica—dije tomándola del mentón, para luego empujarla contra el árbol, pegando mi cuerpo contra el suyo—. ¿Y qué importa si me abren bien las piernas? Lo importante es que te deseo a ti, brujita.

—Que seas mi creador no te da derecho de obligarme a follar contigo. ¡Imbécil!-gritó. Después me propinó una fuerte bofetada, provocando que me echase hacia atrás tocando mi rostro. Con ello logró librarse de mí.

—Está bien, como digas, uno viene a darte un trozo de su oscuro y malévolo corazón, arrastrándose a pedir disculpas, pero tú te atreves a golpearme—comenté apoyado en el árbol mientras la observaba con una sonrisa burlona. Sabía que eso la fastidiaría más que mostrar la furia que contenía en esos momentos—. En fin, me marcho. Descuida que no volverás a verme.

—Me alegro—respondió, llena de júbilo, apartándose lo más rápido que pudo. No quería verlo, aunque deseaba estar en sus brazos odiaba ser mi tercera opción. Al menos, así lo creía.

Ella no era mi tercera opción, pero no podía estar a su lado. Mi hermanito era su pareja y yo debía aceptar que la creé para él y no para mí. Fue algo que tuve que aceptar forzosamente. De inmediato, me sentí frustrado, pues ella era mi mejor creación y me pertenecía. De alguna forma me pertenecía. Eché a caminar apresuradamente, apretando más el paso, hasta que la alcancé. La tomé entre mis brazos, tirándola al pasto mientras la besaba frenéticamente. Su vestido, aunque minúsculo y provocador, quedó reducido a nada. Sólo eran jirones.

—¡Sueltame maldito infeliz!—fue su respuesta, revolviéndose bajo mi cuerpo, con furia, y golpeando mi rostro con todas sus fuerzas.

Sin embargo, yo no escuchaba. No pararía. Metí mi mano diestra entre sus piernas, acariciando su clítoris e introduciendo dos de mis dedos, para comenzar a estimularla. Sentí un cosquilleo que subía por toda mi columna vertebral. La amaba de forma egoísta y la deseaba como cualquier hombre lo haría.

—Eres mía... siempre mía -jadeé como única respuesta.

—¡Ya basta!—gritó furiosa, cerrando sus piernas pues no quería ni siquiera sentir el roce de mi piel contra la suya.

—¡Por qué!—espeté—. Me amas ¿por qué me rechazas?—pregunté furioso—. Deja de hacer como que no sucede nada—chisté abriendo de nuevo sus piernas para lamer su clítoris, hundiendo mi cabeza en su sexo y permitiendo que mis manos sostuvieran sus muslos. Mis dedos se hundieron en su carne, que era mucho más tierna que la mía. Yo parecía una estatua de piedra que caía sobre ella, igual que una gárgola, para someterla a mis necesidades.

Al sentir aquellas caricias obscenas su cuerpo tembló, lleno de placer, emitiendo un fuerte gemido. Esa deliciosa sensación de éxtasis recorrió toda su figura, convirtiendo su furia en deseo. Mi lengua se movía entre sus labios inferiores, su escaso vello pelirrojo rozaba su nariz y su aliento lo hacía contra estos. Mis manos se apretaron a sus caderas, pero pronto acabé llevando y hundiendo su índice derecho en su vagina, mientras seguía mordisqueando, succionando y lamiendo su clítoris.

—¡Lestat!-gimió llena de placer retorciéndose por cada acción. No podía resistirse y mucho menos negarse a si misma a aquellas atenciones.

Mordisqueaba su clítoris y enterraba un segundo dedo. Deseaba escuchar sus gemidos mientras notaba mi miembro duro, completamente erecto, bajo mi pantalón. Me incorporé, la miré con deseo bajando la cremallera y saqué mi miembro.

—Ven, ven aquí y demuéstrame cuanto te gusta.

Hice un corté deliberadamente mi miembro, justo en el glande, para que ella lamiera. Dolía, aunque sabía que salpicado con mi sangre le excitaría aún más. Los vampiros sentimos una atracción irrefrenable hacia la sangre, sobre todo la de un igual. El poder que alberga le da un toque más delicioso y placentero.

Ella gateó hasta mí. Quedó sobre sus rodillas y comenzó a lamer y succionar mi miembro. Mordiendo este hasta hacerlo sangrar nuevamente, mientras se aferraba a mis caderas rasguñando sus costados por debajo de mi camiseta y chupa de cuero, pues iba con mi aspecto de rockero en apuros. Acabó llevando sus manos de vez en vez a su abdomen, acariciando éste.

Eché mi cabeza hacia atrás, mientras sostenía su cabeza entre mis manos. Tocaba el paraíso con la punta de los dedos. Mis caderas se movían lentamente sin dejar de gemir bajo. La dejaría hacer eso unos minutos, para luego dárselo de la forma más brusca y apasionada que existiera. Ella clavó sus colmillos en mi miembro, de nuevo, provocando que emanara con más intensidad la sangre. Estaba succionando y clavando su mirada en la mía, llena de perversidad, haciendo sonar sus labios cada que se alejaba de éste.

Arrugué la nariz, pero al agachar la cabeza y verla sentí que debía hacerlo de una buena vez. La aparté tirándola en el pasto, abrí sus piernas y la penetré apoyando mis manos a ambos lados de su cabeza.

—Brujita... —jadeé cerrando los ojos, mientras hundía mi rostro en su cuello.

Volvía a ser mía.

—Jefe... —dijo como en una plegaria estremeciéndose ante las estocadas y embestidas.

—Brujita, eres mía—susurré enterrando mis dedos en la tierra, mientras movía las caderas con mayor rapidez- Te extrañé... Mona... Mona...

—Lestat... —gemía mi nombre, totalmente fuera de sí, por el placer. Abría sus piernas aún más, buscando que yo tuviese mayor acceso a su confortable interior.

Busqué sus labios mordiéndolos, para beber de ellos, mientras movía más mis caderas. Mi cuerpo se estremecía con el suyo. El calor de sus muslos me torturaba. Ella volvía a estar bajo y mi cuerpo y eso es lo que me importaba.

Besó mis labios lentamente mientras mi apretaba entre sus muslos. Entonces, cerró las piernas para que fuese más difícil salir de ella. Sentí como me apretaba, casi cruzando sus piernas alrededor de mi cuerpo, mientras notaba sus fluidos empapar mi miembro.

—Mona...—jadeé entre gruñidos, justo antes de hundir mi rostro entre sus pechos para mordisquear sus pezones y lamer sus clavículas. En el momento que me sentía ir, me aparté. Como pude me libré de ella y enterré de nuevo mi lengua entre sus piernas, para de inmediato masturbarla otra vez con mis dedos. El pasto alto rozaba mi miembro y este parecía desesperarse por entrar. Quedé de rodillas estimulándola con mi mano derecha, mientras la izquierda pellizcaba sus pezones, azotaba sus pechos y hundía un par de dedos entre sus labios—. Usaré todos tus agujeros hoy, Mona—advertí antes de girarla sin previo aviso, pegué sus nalgas ami miembro y lo enterré en su redondo y prieto trasero.

Colé la derecha entre sus piernas, por el costado, abrazándola con ese brazo, para llegar con mis dedos a su sexo. De ese modo podía estimular su clítoris en cada embestida.

Gritó al sentirme dentro, revolviéndose durante unos instantes por el dolor que se fue atenuado entre la estimulación y el placer de mis caricias. Mi cabeza daba vueltas. Sus nalgas eran tan apretadas como su vagina. Tenía un trasero redondo que era idóneo para azotarlo, cosa que hacía, pero de nuevo cambié de orificio, aunque no de posición, dando tres estocadas finales antes de llenarla con mi simiente. Dije su nombre junto a un te amo, muy sincero aunque desconocía si me creería.

Su cuerpo se estremeció al sentir aquel éxtasis propio del sexo, llegando ella al suyo. De inmediato se apartó y gateó hasta su ropa comenzando a vestirse. Yo tan sólo me quedé contemplándola durante unos momentos, para después tirar de uno de sus brazos. Deseaba retenerla entre mis brazos. Aún tenía el pantalón algo bajado y el cierre también, pero no quería vestirme y huir como estaba haciendo ella.

—¿Dónde crees que vas?—pregunté, pero se alejó ignorándome por completo.

—Mona, ¿qué ocurre?—dije incorporándome, mientras me colocaba la ropa.

—Adiós—respondió apartándose aún más, pues quería huir de mí y de nuestro pecado.

—¡Mona!—grité corriendo tras ella hasta alcanzarla—. Mona... dame una explicación.

—¡Quinn! ¡Quinn!—empezó a llamarlo a gritos, corriendo desesperadamente hacia el embarcadero. Él llegaba.

Mi hermanito estaba allí. Llevaba un gabán negro de tela gruesa, unos jeans desgastados y unas buenas botas. Parecía un señorito refinado. Tenía un jersey gris y una camisa blanca que destacaba gracias a la corbata roja. Sin duda era un hombre atractivo y por siempre eterno, siendo algo más joven que yo en apariencia. Su fuerza era increíble, pese a su juventud, y él me miraba con los ojos azules esperando una explicación que no di en ese momento. Tan sólo salió de la barca y la abrazó. La estrechó demostrándome que yo no era nada ni nadie. Él era su apareja. Él y no yo. Su compañera era Mona y el mío, por supuesto, era Louis. De algún modo siempre sería Louis, pese a mis deseos hacia ella y mi necesidad de poseerla mil veces cada noche.

—Mona... —murmuré apretando los puños—. Buenas noches, hermanito.

—Vete, Lestat—dijo en un tono cortés—. No quiero discusiones. No ahora mismo. No aquí, en mis tierras. Por favor, te lo ruego.

—Ya escuchaste—dijo rodeando a su amado Abelardo, apretando sus pechos contra su brazo izquierdo.

—Quinn... no vine a discutir. Deseaba hablar con Mona en privado, pero ha huido —dije mirándola de reojo. Quería besarla de nuevo, abrazarla contra mi cuerpo y arrastrarla conmigo a París. Debía conocer mis nuevos dominios, la belleza de París y las oportunidades de Europa. Pero Quinn la rodeó y besó su frente, recordando que estaba de más.

—Márchate, por favor, no es tiempo. Nos veremos en unos días, si así lo deseas. Pero ahora, por favor, te quiero lejos de ella, de mi mansión y de todo lo que soy—susurró estrechándola con firmeza. No la dejaría a solas conmigo, aunque sabía que había ocurrido. Sus celos eran evidentes. Él no podía negarlos ni ocultarlos.

—De acuerdo...—susurré.


Me marché de allí. Decidí irme. No quería estar contemplando mi traición y locura hacia él y hacia ella.

Lestat de Lioncourt

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Amor, te conocí cuando usabas a Mona... has vuelto a las andadas. ¡Volvemos a ser Lestat y Mona justo en nuestro segundo aniversario! Gracias por estos momentos que vivimos y los de diversión creando nuestros fics. 

Te amo  

2 comentarios:

Unknown dijo...

Eres un cursi, te amo

Lestat_De_Lioncourt dijo...

Cursi no... sincero.
Te amo.

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt