¡Qué emoción! Quinn me ha escrito algo. Mañana es mi cumpleaños así que van llegando los regalos y las bromas pesadas. ¡Os quiero!
Lestat de Lioncourt
«Toma. Esto quizás te ayude.»
Cuando Petronia, el vampiro que me
hizo, me tendió aquellos libros fue un gesto que cambiaría mi vida
y concepción del mundo en el que ahora me movía. Todo lo que me
había enseñado Arion y ella se convertía en humo, pues había un
vampiro intrépido y sin escrúpulos que se burlaba de la muerte, el
destino e incluso coqueteaba con el demonio si era preciso. Su vida
era un auténtico milagro y su peligrosidad aumentaba con el paso del
tiempo. Los inmortales retratados en cada frase mostraban unos
matices tan atractivos como él. Si lo encontraba quizás podía
ayudarme a librarme del fantasma que me perseguía, aunque ni
siquiera tenía idea que era mi propio hermano. Como si fuera una
obra de Shakespeare hablaba con los muertos, caminaba entre tumbas y
era perseguido por el pasado cuyo aliento no era para nada agradable.
Podía imaginarlo. Su espesa cabellera
rubia cayendo revuelta y larga sobre una chaqueta de cuero, sus
pantalones tejanos ajustados y unas botas de estrella del rock. Sí,
ese era el aspecto más recurrente desde que supe que la música rock
le había contagiado, hecho amarla y finalmente incluso había subido
a un escenario para cantar sus glorias, penas y verdades. Sin
embargo, lo imaginaba galopando con un pura sangre por el viejo New
Orleans convertido en un espectro elegante, con su melena
perfectamente cepillada y una sonrisa pérfida en sus labios. Sí,
vestido de época con esas medias blancas y esos zapatos con algo de
tacón, hebilla dorada y perfecto lustre. Salvaje, único y demasiado
atractivo.
Tomé acopio de todas mis fuerzas, me
miré al espejo en un par de ocasiones para alentarme y acaricié el
camafeo que llevaba mi rostro. Rogué porque me hiciera caso. Era una
ventura interesante, debía atraparle e incluso conmover. Eso quería.
Tocar las fibras más delicadas de su alma y hacerla cantar. No
obstante, soy tan torpe. Me presenté en su casa y casi mato al
hombre de Talamasca que allí se hallaba, un hombre que yo bien
conocía de mi etapa como mortal. Fue terrible. Le ofrecí la peor de
las impresiones, pero sin embargo él no dijo nada. Lestat sólo se
echó a reír.
«No te preocupes, hermanito.»
Quería estrecharlo y besarlo, hundir
mis dedos en su espeso cabello y acariciar esa chaqueta negra, con
botones de camafeos, que llevaba. Su camisa almidonada, sus zapatos
lustrosos y esos pantalones elegantes. Era salvaje, sí, pero
elegante. Un esclavo de la sofisticación que se burlaba y coqueteaba
con el pobre brujo que prácticamente quería huir, pero no podía.
Era fascinante.
«¡Eres tú! ¡Dios santo! ¡Tú!
¡Eres Lestat de Lioncourt! ¡Eres tú! ¡Estoy frente a ti! ¡Tú!
¡Maldita sea, eres tú! ¡Tú! ¡Eres tú!»
No podía pensar con claridad. Mi mente
gritaba su nombre, coreaba su nombre. Mis manos temblaban pegadas al
muro de carga de su habitación. Palpaba el papel pintado, miraba su
escritorio revuelto y el suave mecer de las cortinas. El dulce aire
de New Orleans nos cortaba el aliento, se mezclaba con nuestros
pensamientos y palabras. Finalmente quedó a solas conmigo y yo sentí
que mis piernas temblaban. Era algo más alto que él, pero me sentía
diminuto. Esa sonrisa amable me enamoró. Creo que robó mi corazón
en cuanto puso sus hermosos ojos azules, de tonalidades violetas,
sobre mí. Deseé abrir mi corazón y hablarle de Goblin, Mona, tía
Queen y de todo mi mundo. Incluso de mi aventura en el Santuario.
Todo. Él simplemente aceptó, quiso ver donde vivía y los mortales
que amaba. Se abrió paso en mi vida.
¿Hay alguien que no pueda amar a
Lestat? Creo que simplemente quien lo odia es porque no lo conoce. No
hay que odiarlo ni temerlo, sólo disfrutar de su compañía y sentir
que el tiempo vuela. Mi amor por él es intenso. Jamás le estaré
del todo agradecido por todo lo que hizo. Estuvo en mis peores
momentos y me aupó para conseguir los mejores. Doy gracias por su
amor y paciencia. Él, junto con mi tutor Nash y mi desaparecido
abuelo Pops, ha sido una de las figuras masculinas fundamentales en
mi vida.
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