Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

Mostrando entradas con la etiqueta Felicidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Felicidad. Mostrar todas las entradas

domingo, 1 de marzo de 2015

La vida que vivimos.

Un viejo escrito de Merrick. Puede que quizás aprendamos a comprender un poco de quién es, o mejor dicho, quién llegó a ser. 
Lestat de Lioncourt


Si pude llamar a alguien padre fue a él. Aprendí lo que era sentirme querida más allá de mis percepciones. Él me abrió sus brazos y la llave a la supuesta felicidad. Sin embargo, ni siquiera él fue plenamente dichoso en compañía del misterio, los secretos más arcaicos y el silencio más profundo. Aprecié cada segundo junto a él, sus cálidos consejos y su mirada severa. Si alguna vez tuve un padre fue Aaron.

Recuerdo que el día que murió me hallaba revisando unos viejos documentos. Habíamos estado hablando días atrás, aunque sólo fue una comunicación breve sobre su futuro y su matrimonio. Estaba terriblemente preocupado por cuestiones que no quería confesarme. Sin embargo, notaba en su voz cierto dolor que le desquebrajaba. Quería volver a saber de David Talbot. Era un iluso, como yo. Ocultamos la verdad de su pasado, presente y futuro de un hombre que se desvinculó de nosotros como si fuésemos una piedra en su camino.

David siempre fue el más ambicioso de los tres. Quizás porque era el único que creía que la razón era superior al corazón. Es un hombre más calculador y sereno que nosotros. Por desgracia, para Aaron y para mí, nuestros corazones nos jugaron una mala pasada. Yo no podía olvidar el breve romance que tuve con Talbot, que llegó a ser el prestigioso director de nuestra organización de detectives de lo paranormal, sino que también se convirtió en un ser inmortal, atemporal y joven para siempre. Él no sólo cambió su cuerpo, sino también su destino y el nuestro. Aaron sólo decidió seguir investigando a mi familia, aunque no en la rama más sencilla y humilde. Él, que fue como un padre, siempre me comentó lo peligroso que era bailar con el Diablo y aún así tocó a su mansión, sonrió gentil y se hizo parte de su rebaño. Aaron se convirtió en parte de los Mayfair de Club de Campo, por así decirlo, cuando se enamoró de Beatrice Mayfair y dejó a un lado la razón. Se ocupó tan sólo de sus sentimientos y su honor, perdiendo la vida y acariciando el amor, respeto y honores de todo Mayfair. Por mi parte, sigo aquí: bebiendo.

Bebo por la muerte de un amigo, un padre y un compañero. Brindo por un amor imposible. Me sumerjo por completo en el ron más añejo y sonrío a los desconocidos. Creo que mis ojos verdes se están desvirtuando con tantas lágrimas que no he derramado. Ya no puedo ser madre, o quizás ya no es mi tiempo, y mi cuerpo terminará siendo pasto de los gusanos. Jamás permitiré que otro me toque, pues mi corazón fue por siempre suyo. Desde que era una niña amé por encima de todo a David, y Aaron lo supo. Él sabía que la pequeña que abrazaba con cariño se arriesgaba a una hoguera distinta, una que no tiene llamas pero quema.

No comprendo porque escribo esta carta. Podría desahogarme con los espíritus de mi familia. Sin embargo, he recurrido al papel, el bolígrafo y una botella de ron. Brindaré por ellos. Por el hombre que no regresa y el que se fue al mundo de los espíritus. Brindo por Aaron y David. Brindo por mi pasado y presente, pues mi futuro es borroso y no quiero siquiera preocuparme por él.

20 de Marzo de 1998

viernes, 5 de diciembre de 2014

Madre fuerte, hijo aún más fuerte. Esa es la lección.

Nacimos para ser libres, pero quedamos presos de nosotros mismos. Nos hundimos en el fango de nuestras experiencias, las verdades dichas por otros y la cadencia de la época en la cual surgimos como si fuéramos un milagro. Pocas veces nos sentimos con la fuerza necesaria para tomar impulso, pues hay quienes quieren frenarnos. El miedo a lo desconocido, a caer, el vértigo del éxito o la soledad del victorioso pueden generar miedos. Un miedo que se convierte en lobo y nos persigue intentando desgarrar nuestras almas. Yo no temo a nada.

Quizás soy un inconsciente. Puede que no haya aprendido jamás de mis errores. Es posible que nunca aprenda la lección de ser cauteloso. Si bien, ¿qué importa? No importa nada. Sólo importa luchar. Hay que luchar. La libertad nos llama. No se puede vivir siendo un cobarde disfrazado del valor de otros. Ni se puede vivir de los cuentos y mentiras que vienen en nuestros sueños. Debemos ser libres.

He tenido miedo muchas veces. Miré directamente a los ojos de la muerte y no salí corriendo. Puede que muchos crean que todo fue un truco del destino, que no tuvo que ver el deseo de sobrevivir. Si bien, se equivocan. Hay mucho papanatas que se cree libre de opinar, pero el destino no tiene nada que ver. El destino lo formamos nosotros mismos. Un cobarde puede vivir más de ochenta años, ¿pero merece la pena no arriesgar jamás nada? Vivir sin emociones es como ir a un parque de atracciones y no montarse en nada. Tenemos que participar de la fiesta de vida, aunque nos intoxiquemos.

Soy un héroe. Soy el héroe de todos. Muchos me buscan y gritan mi nombre. Sin embargo, pocos saben que en mi interior siempre pienso en alguien. Cuando cometo estas locuras. En el momento exacto en el cual libro la batalla entre mis miedos, la verdad y la realidad tangible. Ese momento, cuando aún soy frágil, pienso en ella. Mi madre aparece como un chispazo. Siempre me dijo que debía ser feliz. Mi felicidad es ser como soy. Quiero ser libre.

Mi amor por mi madre, mi admiración por sus actos salvajes llenos de atractivo, ha logrado que siga aquí. Esa pasión indómita de querer besarla, sentir sus brazos rodeándome y sus dedos hundiéndose en mis cabellos, ha logrado que siga vivo. Vivo por contar otra aventura para que todos sepan que he conseguido conquistar un nuevo milagro, pues sé que tarde o temprano ella conocerá mis actos. Deseo ser por siempre un héroe, pero no por los mortales que jadean mi nombre. No. Deseo ser un héroe para que mi madre sonría orgullosa. Mi mayor felicidad es que ella se sienta orgullosa del hijo que tiene. Aunque, también me hace feliz saber que he alcanzado un nuevo sueño o una nueva meta.


Sé que ella es peligrosa, pero el peligro la hace perfecta.

Lestat de Lioncourt   

-----

Dedicado a la fortaleza de todas las madres y mujeres. Sobre todo, a mi madre, mi pareja y mi suegra. Gracias a ellas por mostrarme a mí, como a todo el mundo, que eso del sexo débil es rotundamente falso. En homenaje a Gabrielle de Lioncourt, madre de Lestat, y también a su autora Anne Rice. 

lunes, 17 de noviembre de 2014

Felicidad

Recuerdo la premisa más importante que me confió mi madre cuando aún era un joven mortal. Una premisa que llevo siempre conmigo, pues es como una guía de la cual no me separo. Creo que es la única regla que no deseo quebrar, ya que sería quebrar todo lo que soy. Una frase que muchas madres han dado a sus hijos como si fuera un pequeño tesoro, pese a lo simple que puede parecer. La frase era simple: Hagas lo que hagas, hijo mío, busca la felicidad.

He viajado por las distintas ciudades rezando por ser fuerte ante los impedimentos del camino. Soy una sombra entre la multitud, una sonrisa descarada que puedes observar unos escasos segundos, el muchacho que camina con vieja elegancia escuchando sin cesar sus audífonos y el rebelde que arrastra a los borregos fuera del rebaño. Busco en cada acción la felicidad moviendo las piezas del tablero como deseo. Yo soy el príncipe de un mundo de tinieblas y desolación. He condenado mi alma, pero no mi felicidad.

Recorro cada noche las calles de esta ciudad que sigue siendo tragedia, música embriagadora y hermosas vistas a unos terribles pantanos. New Orleans es una dama tóxica y yo soy su peor amante. Vine desde Europa, como muchos otros, buscando la felicidad que no había encontrado siquiera en el glamour París. Las calles me llaman y no puedo detenerme, la sangre me vuelve peligroso y la felicidad puede estar en cada esquina.

Puedo escuchar el pecado contaminando mi rostro juvenil, reflejándose en mis ojos claros y clavándose como mis colmillos en el cuello del siguiente «inocente». Mis pasos son certeros. Nunca me equivoco al elegir. Guardo en mi pecho cada recuerdo amargo junto a los más felices, esos que me hacen reír a carcajadas aún en mi deportivo, mientras canto a la noche y a la felicidad incierta.

No puedo olvidar la tinta de sus letras, tan elegantes y sinceras, en aquellas viejas cartas que aún conservo, aunque ya casi son ilegibles, donde muchas veces derramó sus lágrimas y esperanzas. Han pasado tantos siglos que debía haber olvidado el perfume que derrochaba su cuerpo, la calidez de sus temblorosas manos y el miedo en sus ojos grises. Si bien, aún cuando la contemplo, encontrándonos como dos terribles bestias sedientas, veo a la mujer que rezaba por mi seguridad y dicha. Jamás podré ocultar mis lágrimas, pues ella conoce bien la tristeza de mis ojos.


He conocido la felicidad, aunque también admito que sigo persiguiéndola. Nunca se queda. Siempre veo como corretea frente a mí. Cuando la atrapo se disuelve y se coloca en un lugar distinto. Creo que sigo vivo porque sigo deseando ser feliz. Independientemente de mis terribles aventuras, de las amenazas que puedan sobrevenir, deseo ser feliz. Quiero ser feliz porque ella me inculcó ese deseo desde que era sólo un joven mortal.

Lestat de Lioncourt   

sábado, 27 de septiembre de 2014

Sólo se feliz

Rowan me mostró que soy afortunado. A pesar de todo lo que he vivido sigo siendo el mismo. Louis no. Louis se ha convertido en algo trágico. 

Lestat de Lioncourt



No sé que nos ha pasado. Desconozco el motivo de tanto dolor. Aprendimos a caminar por la senda del jardín y nos separamos. Es como un triunfo para el dolor y la miseria, para las consecuencias nefastas de la vida. El amor no todo lo puede, pues a veces se consume como una vela y no queda nada. Te he visto convertirte en un monstruo. Eres un peligro incluso para ti mismo. Tal vez te has caído tanto, has sufrido demasiado, y yo jamás me he parado a pensar que pudieras soltar mi mano. ¿Cuándo la soltaste? ¿En qué momento? Pues en multitud de ocasiones pude sentir tus dedos entrelazados con los míos, tu presencia a pesar de la distancia, y el calor de tu alma convertida en una llamarada incandescente.

Tu rostro reflejaba cierta bondad y una tragedia tras otra. Pude ver en tus ojos un alma atormentada. Eras la expresión del sufrimiento, de una vida marcada, y deseé rescatarte como si pudiera con ello salvar mi propia alma. Te condené innecesariamente, pero fue por amor y desesperación. Un amor que dejó una marca que no puedo borrar, aunque tampoco lo deseo. No quiero olvidar todos los buenos momentos, así como los tormentosos y nefastos, que vivimos juntos. El trato que hiciste conmigo te vincula para siempre a mí, te ata y consume, pero a la vez te libera de una muerte anunciada.

Recuerdo tu aliento a vino de taberna barata, como tropezabas entre las mesas y buscabas la salvación entre los pechos de una puta desdentada. No podías encontrar nada bueno. Ibas por el camino de los perdedores, justo a la fosa, para ser desterrado del mundo de los vivos. Yo fui tu ángel. Te tomé entre mis brazos alzándonos por los aires, sumergiéndote en el delirio y el delito de ser eternos. Tan eternos como Dios y el Diablo.

Han pasado tantas historias, la mayoría desafortunadas, en algo más de dos siglos. Y cada día es un eslabón más a tu condena. Me he convertido en el demonio y éste mi peculiar infierno. Tú has aportado las llamas, las cenizas, la condenación y las palabras místicas mientras conjuras una oración acariciando tus crucifijos. Mírame con esos ojos, mírame. Quiero ver el monstruo que ahora eres, la serpiente colérica en la cual te has convertido, que desprecia la vida y tienta a quien sea por un poco de sangre.

No debí salvarte aquella vez. Lo que rescaté fue tu cuerpo, pero no tu alma. Te convertí en un monstruo. Desprecias todo lo que te ofrezco, el amor de aquellos que siempre estuvieron allí e incluso, a veces, incluso repudias el recuerdo de esos cabellos dorados que fueron nuestra perdición. La maldad que pudre tu corazón es terrible. Todo es terrible. Yo me compadezco de ti, de mí y de todo lo que tuvimos. Ya no puedo amarte. No puedo soportarte. No quiero estar a tu lado. Siento que mi corazón se deshace en un mar de lágrimas cuando me miras, con ese desprecio y desdén, mientras, con tus palabras cínicas, me llamas aún con pomposidad como si me desearas a tu lado. Sólo quieres acabar conmigo, igual que las sirenas a un marinero. Te has convertido en esclavo del odio, el desprecio y la ira.

Lo siento, lo siento. Ya no eres el filósofo, el mártir, el ángel de la dulce y benevolente muerte. Sólo eres el bastardo que aniquila sin piedad, que caza incluso sin deseo, porque la sangre brotando en tus labios calma tu instinto. Eres una elegante alimaña con gloriosos ademanes de caballero.

Nos perdimos, pero tú más que yo.


Mi único deseo es que encuentres el lugar donde la felicidad llegue, aunque sea en un pequeño rayo de esperanza. He logrado ser feliz, a pesar de todo, y lo único que deseo para ti es que consigas encontrar el amor o la paz para tu alma.  

jueves, 22 de mayo de 2014

La felicidad de ambos

La felicidad de ambos es una reflexión que tiene Marius sobre la última noche junto a Armand, su Amadeo por siempre, para compartirla con todos ustedes.

Lestat de Lioncourt

La felicidad de ambos

Sentado al borde de la cama, observando su cuerpo desnudo bajo las sábanas de satén, pensaba en lo breve que podía ser esos momentos de felicidad. Sus cabellos pelirrojos caían sobre su rostro, ocultándolo por algunos mechones, rozando su pequeña nariz y sus perfectas pestañas. Sus brazos estaban arrojados plácidamente sobre el almohadón y su espalda, pequeña y algo estrecha en la cintura, se veía como una lengua lechosa sobre el colchón. La sábana sólo cubría sus glúteos, redondos y duros, hasta sus muslos. Tenía unas hermosas piernas torneadas a pesar de ser un chico y unos pies perfectos, de dedos diminutos. Era sin duda un querubín en medio de la oscuridad.

—Pronto la felicidad estallará como si fuese un globo—murmuró inclinado hacia delante con los codos apoyados en los muslos.

Tan sólo tenía su elegante bata de seda roja, sus cabellos estaban algo alborotados y parecía la melena de un león cayendo por sus hombros, y sus pies estaban desnudos sobre la alfombra. Era una imagen tentadora. Podía verse su pecho marcado y blanquecino, como si fuese de mármol, por la abertura de la prenda. Sus ojos, tan fríos a veces, parecían haber entrado en calor cuando observaba las manos finas y diminutas, sus pequeños codos y sus delicados hombros. Miraba una obra de arte, no sólo un muchacho que quedaría así para siempre.

Los labios carnosos de Amadeo se curvaron, como si él también supiera que ese momento debía ser aprovechado. Habían compartido la noche anterior tras una terrible discusión, ambos mostraron las terribles heridas que habían guardado durante siglos y cuando hubo un momento de silencio las caricias los desarmaron a ambos. Hacer el amor con furia era algo típico para ambos. Abrió los ojos estirándose como si fuese un pequeño felino y lo observó sin pudor alguno.

—¿Te gusta lo que ves?—preguntó riendo bajo.

—¿Por qué no podemos estar siempre así?—dijo al aire echándose contra el respaldo del sillón que ocupaba.

—Porque tú eres terco—respondió—. No admites errores y jamás aceptarás que hiciste daño. La única vez que lo hiciste transformaste a dos de mis amados mortales, los que más he amado jamás, en vampiros. Hiciste que ellos sufrieran el mismo destino que nosotros ¿no teníamos suficiente con soportarnos ambos que tuviste que añadir a dos criaturas?—aquellas palabras le hicieron arder, pero guardó silencio—. Debo marcharme antes que tú me eches—dijo incorporándose.

—¿Por qué crees que lo haré?—esa pregunta fue en un tono algo airado, como si quisiera discutir y a la vez deseara guardar su ira.

—Te conozco bien—susurró acercándose a él para besar su frente como si fuese un niño pequeño—. Cuídate mi amado maestro, cuídate de tu ira y dolor—besó lentamente sus labios antes de marcharse de la habitación.


De espaldas, completamente desnudo, parecía una escultura de Cupido buscando las gasas que cubrirían sus partes más íntimas. Sus pasos eran rápidos, aunque no muy largos, como siempre y sabía que podía rebasarlo en dos zancadas; sin embargo no se movió. Él ya no quería discutir esa noche, al menos no esa noche.  

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt